domingo, 25 de abril de 2010

Colección de paraísos

El tema es: ¿La juventud actual es más violenta que las anteriores? La respuesta a la pregunta de la quincena es fácil. Ya la sabían los latinos, la saben en la calle, es tópico recurrente. Sí, todo tiempo pasado fue mejor. ¡Qué bella fue la Arcadia! ¡Qué hermosa la Edad de Oro, la Grecia clásica, la España de nuestros abuelos! ¡El respeto hacia los mayores, a la ley, al honor y al orgullo propio! ¡La esclavitud, el belicismo, la dictadura! (Oops… ¿Qué acabo de decir…?)

Quizá el archiconocido tópico no sea tan válido como podría creerse. Tal vez exista otro tópico (qué útiles son en estas ocasiones) para explicar el esplendor de unas décadas en que el machismo, la homofobia y el racismo todavía estaban bien vistos por la sociedad. ¿No existía uno que decía algo así como que no había paraíso sino el perdido? Lo magnífico, lo dorado y lo añorado no son las costumbres o la moral de los tiempos pretéritos, sino esos mismos momentos que no se repetirán jamás, deformados y adornados por nuestro querido sistema perceptivo. Y los detalles poco armoniosos con este fabuloso decorado pasteloso sobre el que construimos nuestro presente los borramos o los consideramos triviales. En conclusión, lo maravilloso no era el mundo hace treinta años, sino los recuerdos de cuando teníamos treinta años menos. Que no es lo mismo.

Y ahora que hemos descartado la solución sencilla (¡qué ganas de complicarnos la vida!) intentaremos responder la pregunta sin más desvíos innecesarios. Para contestarla sería importante saber a qué juventud pasada nos estamos refiriendo.

Considerar mejor a la chavalería de los cincuenta porque eran mucho más tranquilitos que los salvajes de ahora resulta un poco absurdo, teniendo en cuenta que esa apacibilidad se debió, en gran medida, al lavado de cabeza franquista previo y a la acción represora de una policía que actuaba brutalmente en contra de los derechos humanos más básicos. Y es que para desarrollar un comportamiento violento (cualquier tipo de comportamiento, en realidad) es preciso disponer antes de una libertad mínima. Una libertad que escaseaba en los cincuenta, pero que existe en la actualidad.

Yo creo que es preferible cierto grado de violencia estúpida por parte de la juventud a la represión sistemática dictatorial hacia toda una sociedad. Aunque, recurriendo de nuevo a la sabiduría popular: para gustos, los colores.

¿La duda reside, entonces, en elegir entre nuestra libertad y nuestra seguridad? ¿La única forma de mantenernos vivos e intactos es renunciar a nuestro albedrío? Tal vez haya otra posibilidad. Tal vez, para que una sociedad funcione, el aumento de las libertades debiera ir asociado a un proporcional aumento de las responsabilidades. Por ejemplo, la libertad para votar debiera ser acompañada de la responsabilidad al votar (es decir, no votar alocadamente, sin pensar y reflexionar, sino comprendiendo la vital importancia de la acción que se desarrolla).

Permitamos que nuestra juventud (nuestro futuro) despliegue sus libertades, que se expanda como personas. Pero, paralelamente, obsequiémosles con las herramientas necesarias para ser libres sin caer en el salvajismo. Seamos responsables con la educación que supura de la televisión, del lenguaje y, a veces, incluso de la escuela. Promovamos una sociedad consciente de sí misma y de sus capacidades, humana, responsable.

Y cuando nos digan que todo funcionaba mejor antes, no lo creamos de inmediato, que no nos engañen los paraísos perdidos. Porque quizá no todo paraíso sea el perdido. Quizá también se pueda soñar y vivir por el paraíso futuro.