viernes, 5 de marzo de 2010

Pero a nadie le importa

Hoy vamos a hablar de educación. Aunque no sea el tema de moda, ni haya grandes polémicas al respecto ni nadie la considere prioritaria (en ningún sentido). Sí, pese a todo, vamos a hablar de educación.

Al llegar al Bachillerato, los alumnos cuentan con una edad mínima de 16 años (salvo escasísimas excepciones). Su desarrollo cognitivo ha llegado a su última fase, pero su personalidad se encuentra en una etapa crítica, que marcará su forma de ser drásticamente durante el resto de su vida. Por tanto, dado que un alumno de Bachillerato invierte un cuarto de día diario solamente en asistir a clase (porcentaje mayor si añadimos el tiempo añadido personalmente en casa), el tiempo que dedica a su educación es notable. La educación que reciba un estudiante determinará en gran medida su futuro.

Y todas las educaciones no son igualmente satisfactorias. La recibida por la juventud en sociedades totalitarias como la Alemania nazi o la Rusia soviética o la impartida a las mujeres en la alta sociedad de hace un par de siglos (coser, tocar el piano, bailar), dista mucho de la actual. Y, resulta obvio, una educación correcta resulta siempre mejor que la ausencia de ella (la sociedad occidental actual funciona ahora mejor que antes, cuando la inmensidad del pueblo llano no recibía ningún tipo de instrucción, y mejor que las sociedades del tercer mundo, en que todavía no se ha logrado este paso). En consecuencia, debemos preguntarnos cuál será la mejor educación posible.

¿Y cuál es el prototipo de individuo perfecto en una sociedad democrática como la nuestra? Probablemente, deberá ser cultivado y de mente ágil y capacitada, para poder cumplir su obligación de trabajar. Tendrá también que ser crítico y curioso, activo y participativo, para poder gobernar o elegir a sus gobernantes de forma eficiente y correcta. Y emocional y socialmente sano. Pero, ¿la educación actual forma individuos mínimamente semejantes a este ideal?

Lamentablemente, la respuesta es un no bastante rotundo. El alumno medio, al superar el Bachillerato, no se ha habituado a pensar por sí mismo, sino a que le den, por sistema, las respuestas que necesita. No cuestiona nada ni nadie. Acepta el sistema actual aunque muchas veces lo desprecie. Considera la cultura algo destinado para gente extraña y siniestra, e incluso se mofa de ella con superioridad. No actúa. Vive y trabaja como le impone una educación deficiente. Algo no funciona.

Un ejemplo: Encuesta de popularidad de políticos. La media es de suspenso. No de suspenso “por los pelos”, no. Suspenso humillante. Conclusión: la mayoría de los ciudadanos discrepan abiertamente con sus políticos. Pero… ¿en una democracia como la española los políticos no eran los representantes de los ciudadanos? Entonces, los ciudadanos discrepan con sus representantes… ¿a los que eligen ellos mismos? ¿Les eligen pero luego les suspenden? ¿Por qué a todo el mundo le caen mal los políticos, si gobiernan por medio de sus votos? ¿Por qué no hay una renovación política, una sublevación popular? Es que es más cómodo seguir en el sofá, quejándose de todo y sin intención de cambiar nada.

El problema es la pereza. La búsqueda de la comodidad más inmediata. La indiferencia absoluta y la ignorancia. Cuatro monstruos que la educación no hace, día a día, sino engordar.

Quizá fuera más conveniente, en Bachillerato, e incluso también en la ESO, una vez que el desarrollo cognitivo ha alcanzado su última fase, promover ciertas habilidades en los jóvenes. Dar al alumno las herramientas y que él halle las repuestas. Forzarle a pensar, a no aceptar cómodamente todo lo que se le dice. Hacer debates en clase, para que desarrolle la inteligencia y la dialéctica. Es sencillo: en lugar de hacer que los borregos se aprendan la lista de características propias de la poesía barroca, hacer que las encuentren ellos por sí mismos. Fomentar la lectura, pues es la manera más rápida y cómoda de aumentar el vocabulario, desarrollando así la inteligencia. Buscar una enseñanza racional: que el alumno comprenda la utilidad de lo que aprende.

Otro aspecto que es importante reformar es el profesorado y la imagen que tiene la sociedad de él. La formación de la sociedad futura no es una labor insignificante. El sector de la educación no está, ni mucho menos, valorado como se merece. Debería ser la profesión de la élite intelectual (individuos con verdadera capacidad para transmitir y enseñar), no del que estudió una carrera sin salida, sin saber qué hacer, y se metió a la docencia para poder trabajar en algo.

Tal vez sea hora de que la sociedad se empieza a preocupar por la educación. Porque parece que a la clase política (ese estamento separado herméticamente del resto) le es absolutamente indiferente. A veces pienso (en mis paranoias extrañas) que evitan la reforma educativa por simple instinto de supervivencia. Y es posible que alguien, al leer esto, se indigne. Pero, he aquí lo maravilloso del sistema, eso no impedirá que siga votando, como siempre, al que en su momento le pareció más simpático.