jueves, 3 de diciembre de 2009

Células, fetos y humanos

Bienvenidos de nuevo. Hoy, queridos y fantasmagóricos lectores, hablaremos del aborto. Trataremos sobre el derecho a la vida de esos escasos puñados de células, que muchos ya ven como seres humanos y que la ciencia ha llamado fetos. Y lo haremos a la sombra de la nueva ley que, probablemente pronto, regulará el aborto en España.

La gran controversia que ha acompañado a lo largo de toda la Historia al aborto surge al plantearse si el ser gestante es ya un ser humano. En caso positivo, el aborto sería un asesinato, y no sólo no debería ser permitido, sino también penado. En el caso opuesto, el aborto sería otra operación médica más, como la extirpación de un grano molesto en la espalda, y poco susceptible a críticas. Por tanto, el problema consiste en definir al ser humano, y comprobar si un feto encaja o no en esta definición.

Unos de los dilemas que nos encontramos al intentar encontrar la esencia del ser humano es que puede ser comprendido desde muchos ángulos. Nos centraremos en dos: el biológico y el social.
Desde un punto de vista biológico, un ser humano es aquel individuo que cuenta con un determinado porcentaje del genoma común de la especie. Así visto, el feto es tan humano como cualquiera de nosotros.Según esta opinión, sería posible establecer "grados" de humanidad: aunque un chimpancé no pueda ser considerado humano, es más humano que un perro, por el mayor número de coincidencias en nuestros genomas. Del mismo modo, incluso diferentes personas podrían tener grados diferentes de "humanidad": un individuo con síndrome de Down (provocado por una anomalía genética) sería menos humano que otro individuo que no padeciese ninguna enfermedad genética. Ante estas distinciones se rebela nuestro sentido ético y, por tanto, no la consideraremos la solución definitiva (a no ser que un futuro razonamiento nos devuelva a ella).
Por otro lado, desde el punto de vista social, un ser humano es aquel individuo que posee una serie de características, como la empatía o la capacidad de raciocinio y abstracción, y cuyo comportamiento sigue unas pautas observables en el resto de la especie humana. Es decir, no es una entidad biológica o genética, sino una entidad psicológica y social. Siguiendo este razonamiento, el feto no sería un ser humano.Pero esta distinción también admite grados y objecciones. Guiados por esta definición, llegaríamos a la conclusión que un bebé (incapaz de abstracción alguna), sería apenas más humano que un feto. Un psicópata (incapacitado por una enfermedad mental para sentir empatía) tampoco sería enteramente humano. Por tanto, muchos enfermos mentales escaparían del concepto de ser humano. Y llegando al extremo, en el caso de la existencia de inteligencias artificiales o extraterrestres racionales, sería necesario un análisis para comprobar su "humanidad". Cabría la posibilidad de que un marciano fuese más humano que un individuo nacido y criado entre humanos. Nuestro sentido ético también se rebela, y nos negamos a aceptar esta definición sin más pruebas.
Proponemos ahora una tercera opción. Un ser humano es aquel individuo que cumple o podría haber cumplido las características de las dos definiciones anteriores. El ser humano queda definido por su posibilidad, y no por su existencia actual, causa de una infinita serie de concatenaciones de fenómenos que podrían haberse sucedido de otra manera. Quizá este concepto no sea el más correcto, pero nos permite la posibilidad de afirmarlo en alto sin sentir un malestar interior. Un enfermo mental o un niño, como nos dice a todos nuestro subconsciente, son así seres humanos. Llegamos a la conclusión de que un feto también es un ser humano.


En consecuencia, podría decir ahora que el aborto es algo inmoral, repugnante y repulsivo, y que las mujeres que han abortado deberían entrar en prisión. Pero no lo voy a hacer. Porque soy consciente de que el concepto de ser humano es lo suficientemente complejo como para obligarnos a aceptar otras opiniones posiblemente igual de válidas, pues es una idea demasiado grande como para que nuestro entendimiento pueda alcanzar conclusiones necesarias y absolutas. Es decir, asumimos que nuestra idea no tiene por que ser la verdadera. Actuaré siguiendo este tercer razonamiento, por supuesto, y recomendaré siempre actuar bajo él. Pero no perseguiré a nadie, dado que es imposible liberarse de la duda que lleva a preguntarse si el otro tendrá la razón. Propongo una legislación tolerante, abierta a la mayoría, pues la política no debe nunca aventajar a la ética ciudadana. Un acuerdo en el que quizá tenga que ceder y aceptar el aborto, si es lo que la mayoría quiere. Pero no en todos los casos.

Pues, al afirmar la humanidad de un feto, el margen de error que asumimos puede ser amplio. En cambio, en otras cuestiones que ilegitiman ciertos casos particulares del aborto, el margen de error es considerablemente menor. Expondremos algunos de ellos, en los que otras razones nos llevan a condenar el aborto.
¿El aborto como medida anticonceptiva (ya sea por no haber recurrido a otras medidas, o por haberlas utilizado mal) está justificado? En el primer supuesto (no se han tomado otras medidas anticonceptivas, como el preservativo), el aborto constituye un intento de eludir las responsabilidades tomadas. Al fin y al cabo, se ha elegido asumir el riesgo de un embarazo no deseado. En una sociedad coherente, si ese riesgo se confirmase y se hiciese realidad, los que lo asumieron en un principio deberían responsabilizarse de sus consecuencias. Es decir, si tú has decidido no usar preservativo, en caso de embarazo, lo consecuente sería admitir las consecuencias de tu decisión.Esta medida podrá parecer abusiva. No lo es. No planteo obligar a una adolescente a criar a un hijo. En España hay un considerable número de personas que están esperando para adoptar hijos, y que podrían ocuparse de él después del parto. Por tanto, se trata de soportar el embarazo durante los nueve meses. Quizá parezca drástico, pero consideramos necesaria una sociedad en la que todos los ciudadanos sean conscientes de que toda acción tiene sus consecuencias, y de que lo más justo es aceptar libremente lo que nosotros (también libremente) hemos provocado.Surge ahora la clásica excusa: yo utilicé protección, pero no funcionó. Para entendernos, se rompió el preservativo. Ante esta réplica, simplemente recomiendo acudir a la estadística. Las probabilidades de mal funcionamiento son casi nulas. En estos casos, el problema es la ignorancia de una sociedad que no sabe usar sus recursos. Podrá parecerles absurdo, pero si no saber cuál es la correcta forma de ponerse un preservativo acarrea tantos problemas... quizá sea conveniente enseñar a ponerse los preservativos.Por tanto, no acepto el aborto como medida alternativa a las anticonceptivas.


Pese a todos estos argumentos, en ciertas situaciones sí considero el aborto digno de ser planteado. La más clara es en caso de violación. Obviamente, no se puede condenar a la víctima de no haber usado medidas anticonceptivas. Y obligar a una mujer a sobrellevar un embarazo fruto de tal acto de violencia lo considero inhumano. El conflicto del asesinato permanece, pero prevalece un sentido práctico que nos lleva a dejar la elección en las manos de la madre. Si durante el embarazo se pusiese la vida de la madre en riesgo, nos guiaríamos también por ese sentido práctico.Finalmente planteo un tercer caso en el que no condenaría el aborto. Y es el caso más peligroso (éticamente hablando), pues en él el aborto se entiende como protección del mismo feto que se va a matar. Me refiero a los fetos diagnosticados de ciertas enfermedades incurables tan graves que la sociedad las considera peores que la muerte. Hablamos, pues, de una "eutanasia" sin el consentimiento del paciente a matar, pero con el de los padres.En estos tres últimos casos anteriores, no propongo el aborto. En una situación similar, creo que yo no sería capaz de abortar. Pero lo considero justificable y completamente comprensible. Debería seguir siendo legal.

Para finalizar, hablaremos (muy brevemente) de la nueva ley del aborto. En primer lugar, no considero (en absoluto) necesaria tal reforma, dado que todos los supuestos en los que yo he justificado el aborto estaban perfectamente amparados en la legislación anterior.Comento la pequeña paradoja del aborto sin consentimiento paterno. Ya no se necesita permiso para abortar, pero todavía es preciso en el instituto entregar una autorización paterna para hacer cualquier tipo de actividad extraescolar (como ir a un museo). Comprendo la utilidad de esta "libertad" (me refiero a casos extremos, con padres fanáticos). Solamente aviso de la contradicción. Es el problema que debe abordar un sistema que se propone cubrir todos los supuestos con leyes rígidas, en vez de crear una sociedad lo suficientemente autónoma, libre y responsable capaz de prescindir de tal número asfixiante e incontrolable de normas.

Me gustaría finalizar este artículo con alguna frase grandilocuente. Mas, como no he llegado a ninguna conclusión de tal talla, me limitaré a apelar al sentido común, a la libertad y a la ética. Espero que me oigan.

jueves, 29 de octubre de 2009

Vivir, conocer y ser feliz

Buenos y días, y bienvenidos a La Caverna. El tema que nos ocupará hoy es la felicidad y el conocimiento: ¿hay alguna relación entre ambos? ¿Cuál es? Ante estas clásicas preguntas, nos vemos en la obligación de cribar y diferenciar diferentes tipos de conocimientos, ante la suposición de que su comportamiento ante la felicidad no será el mismo.

Hablaremos de tres distintas clases de conocimientos (relevantes en este caso): unos puramente prácticos, otros de un carácter que llamaremos humano y, finalmente, los de carácter filosófico.

Los primeros son más o menos útiles, y siempre objetivos. Afectan a un medio exterior que nos es, en cierta medida, indiferente. Pertenecen a este grupo, por ejemplo, saber si lloverá mañana, por qué cae un cuerpo, cuál es la raíz cúbica de 125 o que pasó el 23 de noviembre de 1675.
Estos conocimientos, en solitario, no pueden afectar en absoluto nuestro ánimo.

El segundo tipo es bastante más complejo. El medio afectado es otro ser humano, algo que nos evoca a un ser humano (desde el lugar donde veraneabas con tus padres hasta un regalo de tu pareja sentimental) o nosotros mismos. Como ser humano, no nos puede ser indiferente (al menos no en el mismo sentido en que nos es indiferente una silla o una mesa), y en eso radica su diferencia con el conocimiento anterior: éste nos afecta ineludiblemente, por medio de los lazos empáticos que todos los seres humanos (salvo los psicópatas) compartimos. Pertenecen a este tipo de conocimiento saber si alguien ha muerto, si tu pareja te está siendo fiel, o cómo eres tú mismo en realidad.
Muchos de estos conocimientos causarán felicidad y otros muchos, infelicidad. Como resulta obvio, si tu pareja te es infiel, tu felicidad decrece, y si descubre que encajas en una serie de valores que consideras correctos, te alegras.
Si es ético o no ignorar o mantener en la ignorancia a alguien deliberadamente por el mero hecho de salvaguardarse o salvaguardarlo de una verdad dolorosa o un mal mayor, es otra cuestión muy distinta, que no discutiremos hoy. Por lo general, así logramos un bienestar algo inestable, y al quebrar la mentira provoca más dolor del que pretendía evitar, aunque los efectos suelen variar en cada persona.
En ciertas ocasiones, conocimientos de carácter práctico se conjugan de modo que podría parecer que originan sentimientos propios del conocimiento humano. Es decir, si yo descubro que lloverá mañana, sabiendo de antemano que ese día iba a quedar con una amiga y que si llueve no podré quedar, se producirá un descontento, que parecerá causado por el conocimiento práctico “lloverá mañana”. Esto es un error. En realidad, la causa del cambio de ánimo no es el “lloverá mañana” (no puede serlo), sino una conclusión de carácter humano que engloba los tres conocimientos recién expuestos: “no podré quedar con mi amiga”. De forma parecida, un conocimiento práctico cualquiera puede enorgullecernos y alegrarnos, pero únicamente porque de él deriva un conocimiento de carácter humano: la conciencia de que nosotros sabemos algo. Saber cuántos son dos y dos no te hace feliz, pero te puede hacer feliz saber que eres lo suficientemente inteligente para conocer el valor de la suma de dos y dos.

Aclarados estos puntos quizá problemáticos, proseguiremos analizando el tercer tipo de conocimiento, el filosófico. Al contrario del resto, este conocimiento se basa únicamente en la razón (es independiente a la experiencia). Aunque a veces puede estar basado en los dos conocimientos anteriores, por naturaleza llega mucho más allá. Llamo conocimientos filosóficos a aquellos que se fundamentan únicamente en axiomas o razonamientos lógicos y que buscan ciertas respuestas de carácter teórico que no pueden ser resueltas mediante la ciencia o la experiencia, y que el ser humano debe afrontar necesariamente. Serían conocimientos filosóficos las respuestas definitivas a cuestiones como: ¿es inmortal el alma?, ¿cuál es la razón de existir del ser humano? o ¿tenemos libre albedrío?
Los conocimientos filosóficos todavía no han llegado a (casi) ninguna conclusión obvia en sí misma, y es por eso por lo que, estudiando su historia, podemos observar tantas opiniones diversas. Y es mediante este estudio por el cual pretendo averiguar si esta clase de conocimientos es capaz de hacernos dichosos.
En un principio, en la época clásica, todas las conclusiones alcanzadas por los filósofos parecían halagüeñas. Por ejemplo, Platón, en La Repúbica, demuestra la inmortalidad de nuestra alma, lo que, inevitablemente, despierta la felicidad. Los primeros pasos de la filosofía son optimistas y conducen a la alegría y al contento de sí mismo.
Pero la lógica termina llegando a un punto de inflexión. Se plantea la existencia de la realidad, del libre albedrío y se crítica toda forma de conocimiento absoluto. Desde Descartes hasta Kant aparecen huecos en nuestra sapiencia que con ningún racionalismo podemos llenar. Surgen el materialismo mecánico, el solipsismo, el escepticismo o el existencialismo. Ante estos vacíos más grandes cuanto más se reflexiona, ningún ser humano es capaz de ser feliz. Los mecanismos de nuestra mente nos conducen, una vez nos internamos en la filosofía, hasta ellos. Los dos únicos salvavidas para escapar de esta agonía filosófica son la ignorancia, incluyendo aquí la premeditada y consentida, que se ha dado en llamar fe, y la menos usual destrucción del yo mediante el humorismo y el frivolismo (véase El lobo estepario, de Hermann Hesse).

Aquí termina nuestro rápido esbozo de la felicidad, el conocimiento y sus relaciones. Hemos llegado a la conclusión de que existen tres tipos de conocimiento: unos objetivos e inútiles cuando se trata de modificar nuestro ánimo; otros que nos pueden hacer sufrir o gozar a través de los lazos empáticos que nos atan a nuestros semejantes y a nosotros mismos y, como colofón, otros de carácter máximo y absoluto que, aunque en un principio resultan agradables, finalizan en la total ausencia de felicidad.
Hemos expuesto todas las causas que creemos posibles de felicidad a partir de un conocimiento y, en caso de provocar infelicidad, algunos de sus remedios. Sabemos ahora que del primer tipo de conocimientos nada tendríamos (en un principio) que temer. El segundo tipo puede hacernos mal, pero también bien, y lo más sencillo y justo sería enfrentarse a él. El tercer tipo es peligroso. Empieza siendo dulce y agradable, y se convierte en droga. Es preferible evitarlo. Pese a ello, como ya se ha dicho, todos estamos obligados a probarlo alguna vez. Y su ausencia tal vez sea más cruenta que su conclusión final. Vivir implica conocer (o al menos querer conocer), y el conocimiento, llevado a su último extremo, parece impedir la felicidad.
Por suerte, el conocimiento no es la única forma de alcanzar la felicidad. Es más, los más grandes placeres se basan en el irracionalismo. Huyan, lectores, si quieren mi humilde opinión, de lo absoluto y lo cierto, y refúgiense en la radicalmente absurda fe, la estupidez supina, el arte fútil e inútil, las emociones incontrolables y la (a estas alturas nada sutil) ironía que corrompe al ser humano, logrando así el mayor tesoro que nuestra especie ha soñado jamás: la felicidad, el Árbol de la Vida.

martes, 29 de septiembre de 2009

Bienaventurados los que osan entrar en la Caverna

Buenos días, lectores, y bienvenidos (sí, ustedes, los bienaventurados) a este pequeño blog de Filosofía teórico-práctico y absurdo-plausible. Que disfruten la estancia y hasta pronto.